
La protagonista de este retrato es Lise Trehot, compañera de Renoir y su modelo favorita por aquel entonces. Uno de los aspectos más sorprendentes de la pintura es el hecho de que sobre el rostro de la jóven se proyecta una pesada sombra que obliga al observador a acercarse para vislumbrar sus facciones. En los retratos de este tipo, normalmente el artista celebraba los detalles del rostro de su modelo, y permitía que se viera a plena luz.
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